Constelacion de Orion, relacionada con la piedra Choque Chinchay |
Casi siempre la disposición de los edificios, o la de los muros, pasajes o plazas, así como de las sombras de éstos, tiene relación con algún fenómeno cósmico o natural. Un buen punto de referencia puede ser una alta montaña en la que mora el gran Apu Wamani —el ser tutelar que cuida del bienestar de los habitantes de la Tierra—, o una paqarina, es decir una cueva o un lago de los que, según los mitos, nacieron los primeros habitantes. Éstos dos son ejemplos de fenómenos naturales que cunden en el espíritu de la gente.
Pero los fenómenos cósmicos más lejanos suelen ser más útiles para las prácticas cotidianas de los pescadores, los agricultores o cualquier otro habitante del planeta Tierra. El lugar donde nace el sol se halla en el oriente o levante, pero nunca es el mismo, así como tampoco lo es en el occidente o poniente, donde muere. En el curso de un año este punto va desplazándose, desde el sudeste hasta el sudoeste y viceversa. El sol únicamente permanece dos veces cada año, y por unas pocas horas sobre el equinoccio. En cambio, permanece dos o tres días sobre los trópicos de Cáncer o Capricornio, cuando comienzan el invierno y el verano, que en términos del Perú son, respectivamente, las épocas de sequía o de lluvia en la sierra y de bajada o de cauces secos de los ríos en la costa. El calendario chavinense se acomodaba a estos fenómenos.
Todos los astros nacen en levante, de donde viene la lluvia, y mueren en poniente, —en el mar—, más allá de los desiertos de la costa peruana. Por eso no es nada casual que los muros y los vanos de los edificios chavinenses, o algunas partes de ellos, estuvieran orientados hacia el noreste, el sureste o el este. Aparte de la función esotérica que ello podía cumplir, la función práctica de hacer accesibles las fechas del año era fundamental para la producción. El éxito de un centro ceremonial como Chavín de Huántar debió de estar asociado al acierto de sus predicciones climáticas: los años secos, lluviosos o desastrosos, en la vida de los Andes, requerían de un calendario preciso. Los oráculos servían para eso.
En el centro del Templo Antiguo, en el interior, a más de 15 m de distancia del exterior, en un recinto estrecho y totalmente oscuro, se encuentra el Lanzón, una imagen sagrada en forma de ser humano que saluda con la mano derecha y mira hacia el oriente. Allí todo era oscuridad, hasta que una mañana —o tal vez dos— cada año la luz del sol penetraba hasta la galería e iluminaba la imagen, directa o indirectamente, por unos breves instantes. Esto debía ocurrir cada año en fechas que resultaban significativas dentro del complejo calendario andino. Podría haber sido cuando el sol nace cerca del suroeste, hacia fines de octubre o comienzos de noviembre, cerca del Día de los Muertos del calendario cristiano. ¿Sería el inicio de las lluvias?, ¿el fin de la cosecha? Pero el sol nace en este punto dos veces. O sea que también podría haber sido entre fines de febrero e inicios de marzo, cerca tal vez del carnaval de los cristianos. ¿Sería el fin de las lluvias?, ¿el inicio de la cosecha de los cultivos tempraneros?
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